MI
TALLER DE SILLERÍA Y LA RADIO
La radio
me ha acompañado y me sigue acompañando a lo largo de mi vida.
Siempre me trajo recuerdos de mi infancia y juventud, al igual que la
televisión (aunque yo no me considero mayor a mis 62 años).
La
televisión cuando salió no la pudimos comprar en casa porque no
éramos privilegiados. La veía en una panadería que había en
frente de mi casa en el barrio de la Trinidad. Allí íbamos cuando
había un programa importante ¡Para mi todos eran importantes! Pero
vamos a la realidad, normalmente eran los sábados con el programa
especial musical. Ponían la televisión en el portal e íbamos a
verlo todos los vecinos, muy agradecidos. Teníamos que llevar
nuestras propias sillas y estábamos más contentos que nunca. Mi
panadero, José, nos degustaba con gaseosas y palomitas. Lo que yo
digo ahora “sembrar para recoger” pues la “Panadería Pepe”
era la mejor y todo el mundo comprábamos allí.
Mi barrio
era humilde antes y ahora, como todas las personas que vivían en él.
Pues desde que tengo uso de razón, mi vida se desarrolló trabajando
con mi familia. Nosotros vivíamos en casa de mi abuelo que
actualmente ya no existe. Al lado había un colegio (José Bergamín)
donde yo asistía clase.
Con el
paso de los años la calle se ha ensanchado aunque recuerdo que con
mi abuela andábamos por la acera del campillo, hoy Avda. Barcelona y
en la que había una anchura especial donde los niños jugábamos al
fútbol, pues apenas pasaban coches. Bueno, de mi abuela puedo decir
que era y es mi ilusión porque yo lo daba todo por ella, tan
viejecita con su cuerpo encorvado. Tenía un kiosco de chuchería en
la calle Trinidad esquina con Plaza Montes (Adela Domínguez) en el
cual vendía de todo y helados en verano. Tenía ocho hijos y 38
nietos y yo creo que era su preferido porque siempre me decía:
“donde se ponga mi Juani, no se pone nadie”. Yo le ayudaba a
fabricar los helados en el patio de mi casa, con un cacharro que
había que darle vuelta más de media hora y echándole sal a la
nieve para que no se derritiera. Venían los soldados del cuartel que
estaba en lo alto de la Calzada de la Trinidad y cambiaban los
chuscos (bollos de pan) por cigarrillos y chucherías.
Mi padre
tenía en la calle Churruca un local pequeño, donde hacía sillitas
y mesas para niños pequeños. Y desde que tengo uso de razón estuve
ligado al trabajo de hacer sillas, no me quejaba, pero sin embargo me
quitaba libertad. Cuando otros niños jugaban sin obligaciones, yo
salía del cole y me iba al taller. En todo momento escuchábamos la
radio, que nos hacía el trabajo más ameno y llevadero. Cuando
comprábamos los palos de las sillas que tenían aproximadamente 4
metros los teníamos que cortar para meterlos dentro del taller, ya
que era muy pequeño. Después cortábamos el chapón, el respaldo y
delantero de un metro y 0’50 m aproximadamente.
Después
seguíamos todo el proceso: pintura y decorados (bordes de
purpurina). Todos hechos primorosamente hasta que estaba el trabajo
terminado, almacenándose las sillas y esperando las fechas claves
para su venta: Navidades, Reyes…
Poníamos
un tinglado para su venta en lo que es ahora la Tribuna de los Pobres
y alquilábamos un triciclo en la calle Armengual de la Mota para
llevar las sillas. Ya solo nos quedaba esperar a los clientes.
En fin,
todo esto que he escrito ha sido por la radio en la cual escuchaba
mis programas favoritos. Digo algunos: Capitán Texas, Perico y
Peregrin. También novelas: Elena Francis, Simplemente María y hasta
un programa de humor que le gustaba mucho a mi padre con el eslogan
“El Limón Pin y Pon”.
Desde el
taller de Sillería de Calle Churruca a mis pocos añitos y aún sigo
escuchando la radio cada noche.
Juan
Pinazo Sevilla