LA
IPSEIDAD
Tengo la impresión de que si muchos de nosotros no
prestamos atención silenciosa pero sabia, al desarrollo de nuestras vidas, no
tendremos nunca conciencia de que vivimos.
En el fondo de nuestros corazones hay un lugar que conoce
todas las respuestas a nuestras mayores preguntas. Cada uno conoce su verdad y
lo que necesita hacer para crearse una vida extraordinaria, pero la mayoría de
personas, sencillamente, hemos perdido
esta fuente natural de pura sabiduría, porque demasiado estrépito,
demasiado ruido domina nuestros días. Pero he descubierto que si uno reserva
tiempo para el silencio, la tranquilidad y la soledad, comienza a hablar la voz
de la verdad y a comprender cosas que ni había pensado antes. Y esto es así
porque si la ipseidad de una colectividad no está fundamentada en la ipseidad
natural o genética, la pureza de un pueblo es siempre mítica.
Uno no puede medir cuando los
hombres están más cerca de la tierra o más cerca del cielo, porque esas son
dimensiones que cada cual puede y debe
medir en su conciencia. Son, además, movimientos que pertenecen a un íntimo
territorio del hombre, y el hecho de averiguarlo tal vez no nos reportara mucha
claridad sobre cómo verdaderamente seamos los hombres.
La religión tampoco nos va a sacar
de esa indolencia, de esa molicie para que la atención silenciosa, que aquí se
menciona, pueda suscitar de algún modo
el resurgimiento de un gran debate ético
de carácter universal que nos auxilie a encontrar bases éticas comunes que
sirvan como marco para la convivencia.
El discurso apocalíptico, triste y
desengañado, enfático y amenazador, no puede tampoco ayudar a una
sociedad, atrapada en una atroz crisis
de valores. Más bien tiene que suscitar en los moralistas la necesidad de
alertar para que reconozca su vacío ético y se enfrente, con redaños, a su
realidad vital.
Es innecesario explicitar que,
cuando aquí se menciona la palabra
hombre, en ella está incluía la palabra mujer.
En Málaga, en enero de
2.018.
(José Luis Gessa)
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