miércoles, 27 de noviembre de 2013

El desván de la escritura. En el Llano de Dona

En el Llano de Dona

A mí de siempre me ha gustado el campo y la naturaleza. De pequeño, con diez años cuando me daban las vacaciones en el colegio enseguida me iba al cortijo de mi hermana la mayor que estaba casada. Me distraía con las faenas del cortijo: jugaba con los niños y con “Lady” un perro blanco y negro muy cariñoso al que le gustaba mucho jugar.
Mi tarea diaria era sacar los cerdos a carear los rastrojos con mi amigo y vecino Antoñillo que también llevaba sus cerdos. Cada día salíamos al amanecer y al atardecer para que los animales comieran con la fresca de la mañana y de la tarde.

Una tarde del mes de agosto que íbamos Antoñillo y yo con los cerdos, unos buenos vecinos de la finca de al lado nos ofrecieron unos melones para refrescarnos y nos sentamos sobre un majano a comerlos.
Cuando llegó la hora de marcharnos, nos dimos cuenta de que me faltaban la mitad de los cerdos. Cuando llegué al cortijo, muy preocupado, me di cuenta de que mi cuñado Rafael estaba en el pueblo. Así que mi hermana y yo nos fuimos a buscarlos por todos los alrededores. Estaba todo oscuro e íbamos muertos de miedo, cuando de pronto apareció Lady entre unos matojos. ¡No lo esperábamos! Menudo susto nos llevamos con lo que ya teníamos encima. Él nunca se retiraba del cortijo y sin embargo, aquella noche sabía que había ocurrido algo y salió a acompañarnos sin que nosotros nos diéramos cuenta.

Cuando llegamos al cortijo, yo me acosté muy pronto cansado y muy preocupado. Cuando me levanté por la mañana, estaba todo con mucha calma.

Yo seguía igual de intranquilo, temiendo ver a Rafael. Los cerdos no hacían ruido, todo estaba tranquilo hasta que llegó Rafael y me preguntó por los cerdos.

Yo le conté lo que me había pasado y me dijo ¿ahora qué hacemos? Yo me encogí de hombros. Rafael siguió diciendo: “No te preocupes más que yo fui a buscarlos anoche, cuando llegué. Estaban bebiendo agua en el pozo, ya que se fueron al monte y se hartaron de bellotas. Ahora están durmiendo así que hoy no tienes que sacarlos”.

Entonces descansé y me quedé como si me hubieran quitado un gran peso de encima, no sabía si llorar o reír. ¡Así que me puse a reír de alegría!

Y desde ese día no les quité nunca el ojo de encima ni un momento a los cerdos del Llano de Dona.

Salvador Moreno Negro

No hay comentarios:

Publicar un comentario